Ayer me decía una amiga que ojalá hubiese aprovechado todos los momentos de oración que se le ofrecieron cuando era adolescente. Entonces, quizá no supo descubrir el regalo de reconocerse a sí misma delante de Dios porque muchas veces lo veía como una pérdida de tiempo. Hoy la vida va demasiado rápido y ha tenido que aprender a estar con Dios de otra forma.
Nuestra vida de creyentes nace del encuentro personal con Jesús. Este encuentro se va forjando gastando mucho tiempo delante de Él, como quien comparte y escucha con un buen amigo sin importar mucho el lugar y el tema de la conversación.
Con un buen amigo se entremezclan de manera magistral los momentos de compartir profundo y preparados, como cuando planeamos una excursión con mucho tiempo o quedamos a un café para contar algo que es importante para nosotros. Pero también hay momentos gratuitos e improvisados: una llamada de teléfono sin que necesite nada o un whatsapp para quedar a tomar algo sin tener ninguna excusa.
De un buen amigo es como si nos acompañara constantemente su presencia. No está, pero sabemos que está. Y para eso hemos tenido que perder mucho el tiempo.
Creo que a mi amiga ahora le funciona esto de encontrar a Dios en todas las cosas porque, aunque su cabeza de adolescente perdiera mucho el tiempo, aprendió a perderlo con Jesús.
Si eres de los que afirma que no tiene tiempo para rezar. Arriesga y PIERDE EL TIEMPO. Porque en realidad (y sé sincero con esto) encuentras tiempo para lo que quieres y te importa de verdad.
Quizá te sorprendas del tiempo que se te ha regalado para ello, y te des cuenta que, en realidad, todo el tiempo es de Dios y para Dios.
Igual que el recuerdo de un buen amigo calma nuestras ansiedades y prisas porque nos hace salir de nosotros mismos y nos hace recordar que somos amados, el recuerdo constante de que estamos en presencia de Jesús nos limpia la mirada y nos coloca en el mundo de otra forma.
Se trata de convertir toda la vida en oración, transformar las prisas y la soledad en que nos vemos envueltos en pausa y compañía.
Nuestro trabajo sin oración nos deja vacíos, cansados, como seres autómatas envueltos muchas veces en el hacer mil cosas, pero sin paz y sin sentido. Hay que convertir la oración en acción para descubrir que todas esas cosas en que te ves envuelto (las clases, el trabajo, los exámenes, tu familia, tus amigos...) son el lugar donde Dios te está esperando y donde tú, si tienes el corazón despierto y has perdido el tiempo con Jesús, puedes reconocerlo.
Conclusión: pierde el tiempo.
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