La importancia del acompañamiento
Uno de los grandes guiños fraternos que El Señor me ha regalado es el acompañamiento. Ha puesto en mi camino a una persona que no deja de decirme: “me importas”. No somos dos. Somos tres. El Espíritu es nuestro gran socio.
En un mundo tan lleno de imágenes, whatsapps, prisas, relaciones rápidas…, hay alguien en mi vida que, desde una total gratuidad sale cada mes a mi encuentro y me dice: “¿Qué llevas en tu corazón?”
Hacemos un camino juntos. Me ayuda a pararme, me escucha con empatía, no me interrumpe, no habla de sí mismo. Los protagonistas somos dos: El Señor y yo. No me juzga, me mira serenamente. Respeta mi libertad pero me hace sentirme mucho más libre y ligera después de nuestros encuentros.
No me da pastillas ni palabras efímeras que puedan aliviar mi dolor rápidamente en momentos de debilidad. Me invita a ahondar, a profundizar, a partir siempre de lo positivo para poder reordenar todo lo que acontece en mí. Me ayuda a objetivar, a discernir, a quitar piedras, a conocerme más profundamente con mis dones y fragilidades.
Sus vueltas me llevan a Dios. El acompañamiento me ayuda a creer profundamente que para Dios soy única e irrepetible. Me siento muy amada. Voy sintiendo como mi corazón arde cada vez con más fuerza. Llevo “unas nuevas gafas“ que me ayudan a reconocer a Dios en mi cotidianidad.
Con gran agradecimiento percibo como Dios se parte y se hace añicos por mi. Cada día intento poner encima de su mesa lo mejor de mi para cumplir su voluntad y poderle servir acompañando a los jóvenes que pone en mi camino. Cada vez me voy sintiendo más tranquila, con menos miedos, más serena.
NO ESTOY SOLA.
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